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07:30 suena el despertador, lo escucho, abro los ojos, estiro el brazo y lo apago.
20:00 suena el ventilador del ordenador, lo escucho, estiro los dedos y escribo.
Mi mente me dicta palabras, deben estar entrelazadas, si no lo están no las escribo, porque nadie las entendería.





Esta mañana sentada tomando el café en una banqueta alta me hubiera leído el periódico entero. Ahora, la política internacional y la opinión me importan más bien poco. Y dudo mucho que me apetezca leer algo.
Qué esté la pantalla del ordenador delante del ventanal, me acomoda el horizonte mental,  siempre y cuando sea de día, pero queda poco para anochecer.
Pienso en los principios sin final, en los otros, en los básicos y en las miles de letras que me quedan por escribir.
Ahora, en este momento, en el encuentro con mis ganas me pregunto (justo aquí se ha ido la luz, el diferencial ha saltado por los aires, PUM)
La pregunta se ha quedado en un byte y me quedo mirando la torreta de alta tensión pensando si tiene algo que ver.
Sigo escribiendo. 
No hay ninguna importancia en mi cabeza, estoy alejada de cualquier proceso, mi tranquilidad es tan mansa que me acuno en ella y me entra sueño.
Vuelvo a uno de mis principios que no tiene final, me acomodo en el y me acuno. La carencia de emoción me afina la mente y me difumino como el agua de una ola que llega a la orilla y se va, empapando la arena. 
Releo la última frase y sonrío.
Miro la imagen que me ha dado por poner y sonrío.
De repente, me siento tan dueña de mi misma que me creo en perspectiva y me percato de que la pantalla en blanco se me queda pequeña.
De repente pienso en la estupidez humana y vuelvo a sonreír porque la mía no existe.
De repente y como siempre reflexiono que la mayor estupidez que conozco es engañarse a uno mismo y vuelvo a sonreír.
De repente hago un borrador y sonrío.







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