La simetría del contratiempo

Te enfadas por la rendija de la persiana porque no te llega el sol, y te encojes en un rincón suspirando la incomprensión de tu locura.
La  asombrosa capacidad de ser por encima de todo. El bien y el mal que te haces por el afán orgulloso de reconocerte en el espejo cada mañana al despertar.
Encontrar tus palabras, desarrollar el contenido, brozar con cautela el desperdicio de lo que te aflige. 
El dolor de cabeza que te centrifuga las neuronas, las agujas afiladas de un reloj que no escuchas, la búsqueda de la sonrisa.


Pues mire hoy no, hoy no quiero sonreír, me voy a revolcar en mi mierda y chuparme el virus a ver si me enveneno.  
El crecimiento personal de los errores, la suma incondicional de los ánimos, las idas y las venidas, las alegrías y las penas, el verso, el reservo, el verbo y el silencio. 
El azul del cielo y el blanco de la nieve de las montañas, el latido del músculo vital, y su poderosa sincronía. 
La neurona que te zumba y zumba... y mientras contigo mismo en el laberinto que te supones. 

La hora de despertar, la hora  de escribir, la hora de pensar, la hora de amar, la hora de comer, la hora de salir, la hora de follar, la hora de defecar, la hora del ánimo, la hora del desánimo, la hora de la noticias, la hora de la película, la hora de estar. 
La hora, el minuto y el segundo hacia la rebeldía, la pleitesía de ser. 
Un gramo de conciencia soberana sin ánimo de lucro. Un encuentro fortuito con el don de la palabra, una desilusión de tu cabeza, un barrido de cordura, un mamá difuso que te saca de la pantalla...
de un texto más, de un blog más, de una persona más, del infinito, el infinito, el infinito, el infinito...

¿Qué importará cuando hayamos muerto?

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