En el color del blanco.

Si me quiero reír del mundo es porque no tiene gracia ninguna, o ni puta gracia.
Me abro los paréntesis que me dan sabor y locura, y los que me ofrecen los elijo.  


Tenía la cara desencajada y los nervios en la médula, había llegado al colmo del desánimo. Menos mal que el día siguiente amaneció dorado por dentro y azul por fuera.
La pesaba la arena de los bolsillos y allí sentada en la sala de espera, tan sola a pesar de estar acompañada pensaba de nuevo en su sentido, sin poner en duda su dirección.
"Si cuando sea vieja del todo me quedan fuerzas, me voy a aplaudir con las arrugas". Me dijo con la chulería del ocho y su ánimo extremo mientras fumábamos en la calle con frío en las manos y calor en la razón.
Justo en ese momento un coche con cuatro personas hizo que se olvidara que estaba pensando, estando en urgencias la aterraba el hecho de que pudiera aparecer alguien con la cabeza abierta y llena de sangre, pero sólo era una familia que se bajó del coche dejando sola a la abuelilla que sin duda era la enferma, ¡Joder, qué pena!, miró sus ojos y se dio cuenta que no existía, no tenía gesto de dolor y se olvidó.
Cuando por fin se metió en el cobijo de las sábanas, el cansancio era tan duro que se apagó, pero antes de desenchufarse no pudo evitar pensar que eso de que dios aprieta pero no ahoga...era pura poesía y con un gesto impreciso que pudo ser una sonrisa, se quedó enchufada al consuelo del día de siguiente.


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