Sin embargo. Todo que era exactamente lo mismo, que había sido siempre. Trasmutó por un suave matiz que brotaba del interior de un amanecer sutil y hermoso.
Años más tarde, en la soledad de una playa. Bajo el embrujo de la soldadura viva del cielo y el mar. Bajo la luz perfecta del atardecer. Ella sintió lo mismo, sin nombre y sin propósito. Podía evocar cada una de las milésimas de sensaciones de aquella luminosidad crepuscular, su paz, su hermosura, su plácido consuelo.
æ ste relato le falta un final que nunca se dejará de escribir.