Ella


Tenía su tacón de aguja metido en su boca pegado al paladar. Un leve empujón y le taladraba hasta el cerebro.
Él desde abajo miraba las curvas semiperfectas de sus piernas y el punto de unión de sus muslos...rosado, húmedo, abierto. Estaba tan acojonado que no sabía si cogerla de los tobillos y hacerla suya o llorar como cachorro herido suplicando su perdón.

Ella consciente del poder de sus armas, le sonrió. Sacó su tacón, se puso a horcajadas encima de él y le poseyó sin dejar de apuntarle con la mira telescópica de sus pupilas.
- Te voy arrancar el alma.

Y se pasaron el alba y la realba. La noche y la renoche...comiéndose los jugos vitales disfrazados de odios y sudando amor.



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