Había sido una mañana de fiesta conmigo misma, demasiado aburrida dentro de un orden y entretenida en su desorden.
La limpieza de la casa, (menudo coñazo) había que hacerla porque entre semana era del todo imposible, y aunque no me apetecía nada de nada, con trapo y alegría me puse al darle al lerele.
A darle al lerele hasta que llegué al libro*, a la dedicatoria, a él.
Estaba sucio de solera, el blanco negro arrastrando polvo de años en una estantería. ¿Por qué me regalaría aquél libro? precisamente ese. Y el otro, ¿Por qué no me lo llevé, a pesar del bolso?
Era un libro, sin más. Era ese cómo podía haber sido otro, sabía lo mucho que me gustaba leer y sólo es que me regaló un libro. Aunque por puro entretenimiento pensaba qué quizá fuera una trampa.
Y no me gustaba nada la dedicatoria, esas palabras no emitían cariño, ni siquiera amor a pesar del "Te amaré, siempre". Claro, que quizá estaba siendo injusta con las palabras, qué no tenían la culpa de la circunstancia.
Lo limpié, lo dejé blanco y lo ojeé una vez más antes de ponerlo de nuevo en su sitio.
Y al volver de nuevo al lerele, recordé.
La tarde no fue fantástica, concepto del todo abstracto y por eso sugerente y a pesar de que pille una extraña postura con el culo en la silla del escritorio y los pies en otra silla, en plan "éle chulería" y podía ver unas nubes en aspa que acababan de dejar unos aviones más la cordillera de la sierra madrileña, no fue fantástica, no lo fue.
Mis labios ansiaban, mi cuerpo se rebelaba y mi memoria se paseaba por todos aquellos "vamos a..." qué nunca hicimos.
Así pues matando en el tiempo entre aquís y allís y paseándome por mi aburrimiento decidí que quizá sería una buena idea pasear todos los días a la misma hora por el mismo sitio.
Por supuesto con un solo propósito.
Cruzarme con alguien de ojos brillantes que se paseara todos los días a la misma hora por el mismo sitio hasta que me dijese. "Hola, soy yo" y yo pudiera o pudiese contestar: "Hola, por fin tú"
*"Escritos subnormales" de Manuel Vazquez Montalban
