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Me suplicaba con su mirada que quería una enajenación transitoria para salir de aquél lodazal que le acompañaba siempre.
Yo no tenía baritas mágicas, solo mi sonrisa.
Así que eso es lo que hice, le regalé mi sonrisa.

A veces gastamos demasiado las palabras y más, aquellas hermosas que lo pueden todo. ¿Verdad? me decía mientras en mi pecho reposaba su cabeza y veíamos el color del cielo azul transparente.

Desde aquél día no nos hemos separado.



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