Matemática pura.

El brillo de sus ojos era lo más maravilloso que había visto nunca jamás y se preguntó mientras se la cerraban los suyos si tendría suficiente algodón con caña de azúcar para tanto corazón.


No era el lóbulo occipital lo que la dolía eran más bien los ojos contra su calavera lo que le estaba presionando la cabeza y como consecuencia sentía su cerebro al horno envuelto en papel de aluminio a doscientos cincuenta grados. Algo así cómo sus gónadas. 
Se había dormido hacía diez minutos, en tiempo real tres horas, pero ella tenía la sensación de que había sido una eternidad mega sensorial.
Tenía de nuevo la sed y el hambre a flor de piel. 
No sabía que era lo que había pasado pero las siete de la mañana se habían convertido en la seis. 
Se había cambiado la profesión no sabía exactamente el cuando y mucho menos el como y estaban empezando a ser las siete, estaba en sus segundos. Tenía que dejarlo todo para ir de nuevo a su realidad.
Entonces supo porque aquél de la mirada infinita respetaba el sufrimiento más que cualquier otra cosa y porque tenía la deformación profesional de hacer a todo el mundo feliz.

...y se preguntó mientras se la cerraban los suyos si tendría suficiente algodón con caña de azúcar para tanto corazón.

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