Lo cotidiano de la escritura.

No había ruido, sólo un zumbido eterno determinado y exacto que concluía con una sensatez suspirada. 
Era la praxis de si misma lo que buscaba en la teoría de las cuerdas flojas.
Alrededor de su espacio había colado una red mullida y eterna que la sujetaría de la caída al abismo de su locura. Quería la rutina de lo cotidiano renegando de lo siempre. La vulgaridad de lo común. Sólo estaba él y después todo los demás.
No tenía que hacer listado de prioridades para cerciorarse de que era una mujer independiente y con personalidad propia. No tenía que subirse a unos tacones ni desabrochar el botón de su blusa para demostrarse lo sexy que era, prefería la suela de su pies en el frío de los suelos y su camiseta rozando la punta de sus pezones con su melena al viento del hogar. Luego podía disfrazarse de lo que quisiera. 
De repente pensó que su vida había sido como estar en el baile de los vampiros. La habían clavado los dientes pero ni dios la había chupado la sangre. Eran los cero coma segundos que le hacían estar dando bandazos de la æ lo que la gustaba. 
Y es que cuando a veces se descubría con su cabeza en una realidad dispar a la que veían sus ojos; apretaba la tecla buscando un fotograma lleno de letras que la sacaran del ánimo enlatado, no era una banda sonora solo el fragmento de una causa.
Era el presente continuo de cualquiera de sus infinitivos más sus participios lo que la tenía totalmente enamorada.  
Se preguntaba con sonrisa lánguida si estaría jugando al poker mientras la voz de su hijo aumentaba el peso de sus ojeras incluso después de haber dormido una eternidad.
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