Licencia literaria.


La atmósfera estaba cargada de pensamientos sin miradas que sólo querían llevarse el estado de su cordura.
Escuchaba sus palabras huecas, sus bocas emitían sonidos, sonaban lejanos porque sus cabezas decían otras cosas. 
A pesar de ello vivía y regalaba lo que pendían. Empapado de soledad profunda, que nadie nunca, llegó a querer escuchar.
Hasta que llegó ella.
Ella que envuelta en las vueltas de la ruleta de la fortuna, jugaba una y otra vez, sin parar, sin querer parar.
Porque cada vez que paraba, encontraba el principio del fin, pensando que el destino la iba premiar con el número de su fortuna. El ocho horizontal.
Y siempre. Sin grandes fórmulas matemáticas descubría que el número trece, el maldito número trece era su compaña.
Hasta que llegó él.

Cuando el destino puso la cabeza en su pubis y sus ojos se levantaron para mirar sin pudor el color de su deseo, algo cambió dentro de ellos. 
Entendieron al unísono.
El infinito acaba de nacer. Sintió ella.
Mi soledad es tuya. Sintió él.  

Y los clandestinos muertos de envidia, quisieron robar aquello que no era suyo.
No podían. No podían arrebatar algo que nunca dieron.
Amor salvaje, amor del bueno, amor del genuino y del auténtico.

Liebestod. Liszt
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