Bienvenido señor lar.

La luz parecía fugarse y la cabeza empezaba a zumbar de lo lindo. Estaba amaneciendo de nuevo. 

La mierda reconcentrada se adhería a sus paredes y la casa se hacia pequeña. Esa seriedad y sobriedad la envolvía los pies y la engullía de forma silenciosa y serena, no era inquietante, ni sorprendente había vivido con ella demasiado años. 
Se enredaba en el significado de las palabras para guardar a buen recaudo sus canales emocionales dando vueltas y miles de vueltas en la jodida semántica. 
Mientras, la energía se iba consumiendo. 
Ella luchaba por no caer en ese pozo ingrávido y estúpido. Arrancaba de cuajo su furia  hasta que tomaba de nuevo conciencia de la situación y asumía que le podía desmembrar sin ningún esfuerzo. 
Sólo había un problema, casi nunca lo hacía, hasta que descubrió que ella era más importante. 
Pero esas paredes sin duda de numero impar encerraban demasiadas lágrimas, frustraciones, ansias, penas. Suspiros todos suyos impregnados en cada milímetro cuadrado de su espacio y su tiempo.
Nunca fue su hogar, sólo un simulacro de algo que imaginó. Un reflejo de una posible realidad que rellenaba cómo podía hasta se gastó, se desvaneció, murió. 
Cientos de fotogramas se pasearon por sus retinas internas. Repaso con cautela  intentando buscar una llena de vida y lo más que pudo encontrar fueron mañanas llenas de sábanas con perro, niño y café recién hecho y aquella maldita frase terminando con todo. 
Yo no te he hecho nada. 


Y todo pasó. Dando al tiempo denominación de origen:
Salto de Libertad incondicional...
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