Cuento.

Qué rico está el café frente a tu sonrisa que no veo. 
Me miro el cuerpo. Existo. 
Me siento de sentir, mezcla de castañuelas en el estómago y mariposas en el esternón. 
Respiro hondo. 
Miro el horizonte, siempre que suspiro miro el horizonte, el que me de la vista.  
He fregado el recogedor y una mano me huele a lejía y supongo que la otra también. 
Pienso en ti y me bloqueo sin querer, cero coma segundos después me entra el tembleque de los sentidos. No es raro, ya me he acostumbrado. Paro unos segundos mis manos se enlazan y caen en mi nariz, ni que estuviera rezando. 
Otro cigarro sin boquilla, estoy nerviosa, me lo noto.  
Escribo despacio, justo como no suelo hacer. Ni me gusta. Me golpeo la rodilla con la mesa. Pienso en rápido en los tristes, en muchas cosas que no vienen a cuento.


Era se una vez un cazador de horizontes y una dama de a pie. Se encontraron sin querer queriendo.

¿Eres tú el de las pupilas infinitas? Dijo ella. 
¿Eres tú la sonrisa de mis sueños? Dijo él.

Entonces ella retiro sus gafas de sol y sonrío y desde entonces los llaman los inseparables.
Colorín colorado este cuento ya ha empezado.

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