Esos Domingos.

Sí, esos Domingos aparecen en mi recuerdo, esos tantos Domingos de apariencia feliz, qué uno tras otro iba matando lo poco que nos quedaba dentro.
Porque dentro de tanta apariencia de familia feliz, no se compartía nada; aparte de la comida, las tareas domésticas y todas las obligaciones, consecuencia de lo que viene siendo una pareja responsable.

Y me recuerdo en la tranquilidad de la lectura del periódico con una luz espléndida entrando por la ventana de una cocina sin lujos pero grande, ahora incluso diría que demasiado grande.
Sin molestarnos el uno al otro, sin compartir pasiones, sólo la buena educación y esa sensación diaria de haber estado enamorados. 

Aquella historia tenía final. Y había que escribirlo.

Ahora en la soledad de la escritura, me siento más acompañada que nunca. 
Pendiente, participativa, con ganas, dispuesta...
Y sobre todo con miles de puntos en común que podrían soportar todos los pliegues de mis arrugas.

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