15.

No solía pensar que nunca podría correr por la playa o darse un revolcón con su chica de esos que dejan huella. 
Si él lo hacía, nunca me lo contaba. 
En nuestra relación dejamos de darle importancia al asunto sabiendo que era lo más importante. Él se aprovechaba de mí y yo me dejaba entre el grito de la adolescencia y el chillido de su frustración.
Aquél requiebro de mi alma me acompañaba siempre y nunca hablada de ello. Supongo que nunca lo necesité porque estaba asumido con mucha naturalidad por mí y ninguna por los demás.
Veía sus caras de impacto y sentía que me tratarían de forma diferente, como si el compadecerse ayudara en algo, me daban asco y una tremenda tristeza. 

Siempre he creído que las personas no son sus circunstancias y son algo mucho más grande y poderoso. No todo el mundo lo entiende así porque son esclavos de un aprendizaje limitado por su rutina. 

Cuando no está, es cuando más tranquila estoy y más pienso en él. Lo que más me gustaría es enseñarle a sonreír; es tan complicado que a veces dudo de que lo llegue a conseguir y me canso.
En algunos años descubriré que he conseguido y quizá sonría.

La vida es bella B.S.O.





 

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