Fidelidad.

Yo me quería rendir y suplicar con la mayor de mis sonrisas.


Decirte, que yo creo que la paz del mundo empieza por uno mismo. Poder escribir sin tener que justificar por qué una causa, por qué un motivo.
Escucharnos las músicas en los claroscuros de nuestros sentidos.




Era muy sencillo.  El plan era sencillo:


Amanecer con la tranquilidad del abrazo en la cintura y de los labios en mi cuello.
Los mismos una y otra vez porque no necesito otros.  
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