Arrugas.

Su jersey era verde, su pantalón marrón, sus zapatos negros, sus pasos lentos. Salió, no le miré la cara. Al levantar la cabeza vi su calva de melena larga con caspa.

Hacíamos cola esperando turno con receta en mano dejando bastante espacio de cortesía, cómo si la cercanía física nos fuera a contagiar no sé cuál enfermedad.
Entonces, sí le miré; fijamente pero sin descaro. Las arrugas eran pliegues en su rostro, parecía desorientado. La voz de la farmacéutica diciendo "siguiente" me sobresaltó. Estaba ensimismada imaginando una vida para esa persona que de repente se había vuelto personaje.
Nadie se movió, le tocaba a él ser atendido. "Siguiente" se volvió a escuchar. 
Yo iba detrás. 
Miré a las personas, le miré a él. Ni la personas se iban a mover, ni él se estaba enterando. Realmente estaba desorientado.    
Eran esos malditos segundos los cuales parece que la gente a perdido todo sentido de comunicación  y de capacidad de reacción. 
Me acerqué a él, le puse una mano en el hombro. ¿Le atienden? Pregunta estúpida, era evidente que no. Se giró algo enfadado."No, no me atienden y llevo buen un rato esperando".
Y entonces saltaron al unísono las cotorras de los carros con los bebés ¡Pues pase allí!. Sin chillar pero con la insolencia suficiente como para que se me escapara una mirada directa y oscura. 
El allí era incierto pues eran tres los mostradores y tres las batas blancas. Le volví a tocar el hombro y con un ligero movimiento y señalando al mostrador libre. Le dije. " Esa chica le atiende".
Él por fin estaba siendo atendido y yo me quedé pensando...
"Cuando sea mayor me gustaría..."
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